

Portafolio
Tania Espitia Becerra
Escritora
NOSTALGIA DE LOS LUGARES
Ocurrió hace algunas semanas. Cuando volvía de mi recorrido en bicicleta, noté que Duitama había desaparecido: no figuraba en la señal de tránsito que anuncia las distancias a los pueblos cercanos. El asunto me causó cierta angustia debido al cansancio pero no se me hizo extraño. Este pueblo ha venido desapareciendo por partes en los últimos años. Así como le ocurrió a Fantasía en La Historia Interminable, la Nada se va apoderando de los sitios en los que uno se sintió con vida.
Esta es la crónica de algunos lugares que han desaparecido del mapa, y por obligación, de la memoria. Es la historia de varias muertes, de pasos que se han borrado por la fuerza de los acontecimientos.
Cambiaron de lugar una dulcería ubicada en la calle catorce, al lado de una floristería. Entonces se fue también la mujer que hace seis años entró allí a comprar una chocolatina grande, del mismo tamaño de la boleta de entrada al concierto de Vilma Palma, para regalársela al mejor amigo.
Derrumbaron el Teatro Duitama, y con él se borró la niña que fue con su tío Pedro y sus hermanos a mirar Jurassic Park, mientras le dolía mucho la cabeza por la fuerza del sonido, la velocidad de las imágenes y porque esa invitación al cine era una despedida.
Quitaron el Offline y con él se fueron todas las tardes compartidas allí por tres mujeres, madre, hija y nieta, muchas veces en silencio, otras tantas haciendo el recuento de las cosas de la vida cotidiana, mirando los zapatos nuevos de la niña.
Desaparecieron la cafetería del centro comercial Arfe, con el jardín que parecía sacado de un libro de bonsáis, y con él se llevaron a la mamá y sus dos hijos comiendo platillos de helado.
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Acabaron el autosandwich, sus paredes cubiertas con cañas, y se fueron también las niñas que se creyeron grandes a los 9 años porque reunieron dinero para ir a pedir un sándwich de solo bocadillo (el más barato).
Duitama está desapareciendo. Las casas antiguas que se mantienen, tratan de pasar desapercibidas para no ser víctimas de la grúa destructora. La gente viene a mirarlas, a recordar todo lo que vivió en ellas, las reuniones en el patio, el frío de las noches. Van recorriéndolas con la mirada y es como si volvieran a vivir en los cuerpos de hace muchos años.
. ¿En dónde quedarán tantas cosas dichas por ellos? ¿Cómo harán las personas para recordar lo que vivieron allí? ¿A dónde irán las historias que esas casas presenciaron, la gente que vio transcurrir y envejecer? ¿Con cuánto dinero se puede comprar la pérdida de la memoria?
A esta ciudad se le han perdido muchas veces las palabras. En su crecimiento acelerado, los lugares van cambiando vertiginosamente sin dar tiempo para decir: basta. Las historias que uno tenía en un determinado lugar, tienen que borrarse por la fuerza, por el poder de la destrucción. Por eso somos un pueblo que camina sin memoria, sacudido por los acontecimientos del presente y atrincherado en la comodidad de lo cotidiano.
Sin embargo, entre tanta desaparición y así como nacen flores entre los ladrillos, también quedan los sitios que se renuevan, la aparición de nuevos lugares para sentarse a tomar café, escuchar música y conversar, que tienen el poder de renovar los afectos y cambiar la cara de la ciudad camaleónica.
Mientras vamos recorriendo las calles de Duitama, tendremos que aprender a nacer de nuevo.