

Portafolio
Tania Espitia Becerra
Escritora
Las caras de la opresión
Soy un árbol. Como las mujeres antepasadas, me escondo tras el velo del silencio. No necesito, entrego. No pregunto, resuelvo. No hablo, escucho. Soy una excelente alumna en la escuela de la sumisión. Por no hablar, dejo a los otros decidir quién soy. Se han inventado etiquetas en donde cabe la silenciosa: piense de esta forma, responda así, no mueva las manos, sea hombre.
A ellas las aniquiló el silencio: la única pista que teníamos de mi abuela eran sus ojos de niña regañada. Cuando decía algo, su voz era casi inaudible, como de ángel. En las épocas de depresión de mi madre, cuando parecía estar acosada por fantasmas, prefería llorar y gritar que decirnos qué le estaba pasando. Era maestra de colegio, lidió durante treinta años con hordas de adolescentes. Murió joven: sus poemas se quedaron sin publicar, un cuadro al óleo con flores rosadas, sin terminar.
Desde el silencio arbóreo, miro alrededor. Escucho las palabras masculinas amplificadas, dichas desde el pedestal. Veo a otras mujeres-árbol tragándose lo que quieren decir. Un día soy consciente: Este mutismo no es una elección, nos ha sido impuesto. Contiene una carga ideológica: no hablar equivale a ser la parte sometida, a no existir como sujeto político y social. Por eso los escritos se quedan guardados en cajas cuyo destino final es la basura, los cuadros, exhibidos en la sala para ser vistos únicamente por la familia. Como si el arte, por tener firma de mujer, estuviera condenado a quedarse en la casa, al lado de las medias sucias y los pantalones doblados...